Mal empezamos



Si la única forma de entablar una conversación es la de empezar metiéndote un dedo en el ojo... mal empezamos.
Nos equivocamos al reclamar atención de alguien por el camino del hacer daño.
Una conversación con ánimos de llegar a acuerdos no puede empezar con tu dedo en el ojo del contertuliano, lo normal es que con ese gesto termine toda conversación, empezando otra cosa que no merece ni un segundo del tiempo de una persona sensata.

Foto: portero automático / buzón (Venecia)


Casas anfibias

Un niño no habría ideado una ciudad mejor para sus juegos, mas que imaginarla tal cual es ahora o tal como llegó a ser, su configuración se debe más a un azaroso crecimiento desde que algún temeroso se construyó su choza en medio de la laguna sacrificando comodidades por seguridad.
Este primer veneciano no sabe la que ha armado, una ciudad laberíntica, sin coches, ni árboles, salvo alguna singular excepción. Donde la orientación sola no basta, la dirección era adecuada, pero una calle terca que termina en un muro o en un canal hace desandar tus pasos. Y entramos en el juego con guasa y se te quedan las ganas de hacer una de jugar a poli y ladro o a guerra de barquitos... 24 horas no da para más.
Monumental, decrépita, operada, añeja, maquillada, pestilente y brillante.. me quedo con el arrullo grave sonoro de la masa gris de palomas en la plaza de San Marcos, como el sonido del corazón vivo de una ciudad que a pesar de sus achaques aún late.
Foto; desde el avión

Auto-Autopsia


Dibujo: Ál
En la excusa del conócete a ti mismo, enfocamos la mirada en nuestro ombligo. En el no hay posibilidad de dar si uno no tiene, nos volvemos egoístas... O no, que no hay recetas universales.
Empezamos a hacer incisiones cada vez más profundas en nuestras carnes en busca del germen de todos los males, el deseo de encontrar da relevancia a insignificancias, crea ilusiones, espejismos. Forenses de andar por casa.
La terapia se hace al andar, la vida es eso que pasa por delante de nuestra puerta mientras nos encerramos en laberintos desafortunados. Nos perdemos cuando la salida está ahí, en pegar el paso fuera del umbral y dejar que el sol y el aire nos acaricien la cara.
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