
Joaquina se desligaba de la vida de alrededor, que ya sólo era una molestia que le distraía de su ensimismamiento. Cosas de otro tiempo cuando el esfuerzo lo ponía en llegar y el automatismo de la juventud hacía el resto. Ahora cualquier acción en si requería de su concentración.
Poco a poco fue atrincherándose, primero fue no salir casi de casa, ya no recordaba, hablando en tiempos recientes, cuanto hacía que no se aventuraba más allá de unas manzanas. Su dominio terminaba en zaguán de la puerta y en patio alto que dominaba la iglesia de Santa Catalina y la fuente del corcho, donde de moza con búcaro en la cadera iba por agua.
Cuando desde la ventana miraba pasar a zagales que recordaban versiones más jóvenes de sus propios vecinos, atendía la salmodia de referencias de su hija mayor, que aún viviendo pared con pared le hacía contadas visitas.
Su paz de clausura tenía sus rituales de congregación que no precisa Superiora. A Prima en palangana de zinc se aseaba y peinaba su largo y efímero pelo cano que rehacía en roete perpetuo. Vestía su vestido negro y mandil gris, regaba todas las plantitas que colonizaban cacharros de cocina desechados, latas de aceite "la española", macetas hechas con trozos de corcho encorsetado por alambre, incluso cáscaras de huevo daban cobijo a esparragueras primorosamente expuestos en palmatorias de pared. En Tercia sacaba las copas al patio y con picón nuevo y cenizas rehacía el calor en las dos estancias importantes de la casa, la salita y la cocina, donde no faltaba enagua de camilla cubriendo las mesas redondas. Como si no tuviera ningún achaque atacaba el colchón de lana tirando para ella una y otra vez, enérgica, hasta borrar el hueco que el peso de su cuerpo hizo en él . A la hora del almuerzo, no faltaba la guindilla al lado del cubierto, sonreía y lloraba a la vez al acertarle un mordisco ya muy desdentado.
Joaquina nos dejó cuando empezamos a saber de ella, cuando nuestra diferencia de edad nos permitió ver a esa señora que antes fue niña. Cuando sus nietos dejamos de ser indescifrables objetos de besos a ser un puente a la vida "moderna". Anhelos de estudios y tocar el acordeón, nada apropiado según su padre para una señorita de buena familia, risas descontroladas al preguntarnos en dónde estaba el interés de las escenas pornográficas que entraban a casa por la otra ventana catódica donde se asomaba...
Ella como monje zen en su monasterio, serena, saludable y arrugada dejó que la vida se le escurriera en una noche. Nos sorprendió a todos, como cuando un referente desaparece.
El pueblo sin ella ya no es "El pueblo".
A Joaquina Marín
Dibujo. Ál